miércoles, 31 de diciembre de 2014

El rostro... corporizar los anhelos evanescentes

REQUISITO PARA LEER: Mírala. Tal vez, como suelo decir, no la halles por ningún sitio de Internet, pero siempre puedes buscar estas cintas en negocios o puestos de venta de pelis independientes. Esta película la he visto complacido de inicio a fin (sobre todo al final), y me siento imperturbable ahora. ¿Ven lo que hace un buen filme? Pasa, viajero lector, y juzga mi paz.


     Los destinos turísticos siempre buscan darte como opción los parajes más recónditos y exóticos. Entre más alejado se hallen de cualquier enclave de la modernidad, más se encarecerá el precio para acceder a los mismos. Hay, en todo el planeta, lugares diseminados que evocan esa faz inexplorada de nuestro andar cotidiano; que por un momento nos absorben y nos hace retroceder a un tiempo donde sólo ese sitio primaba y las ciudades no existían. Pero nosotros y nuestras pasiones escondidas podemos crear un nuevo turismo: el íntimo. Donde con apenas pasar por un parque descuidado tenemos ante nosotros el escenario de nuestro primer beso; o mejor aún, sólo basta andar por un lugar olvidado, embebido en la soledad, para traer con nosotros a aquellos que fueron importantes alguna vez, y congregarlos alrededor nuestro. No importa que nadie más los vea, junto con nosotros compartirán meriendas, risas, anécdotas, y sobre todo, miradas.


Una reunión entre los que alguna vez fueron
con aquél que alguna vez les permitió ser.

     Hace tres años paseé por zonas aledañas al río Paraná. Junto a mi familia, visitamos el complejo de cataratas de Iguazú, una maravilla compartida por tres países, a saber, Argentina, Brasil y Paraguay. El tema con estas zonas es que uno ciertamente no puede parpadear, acostumbrado como anda a las arquitecturas del concreto. El camino para llegar a este lugar, tuvo escalas igual de magníficas, como refugios de aves y, por entero, todo el bendito recorrido en carro desde una terminal en Buenos Aires hasta Misiones, y de ahí cruzar el puente internacional Tancredo Neves. Recuerdo que también llegamos a visitar los hitos de las Tres Fronteras, y durante esos tres días de recorrido gozamos, como era de esperar, de momentos hermosos y casi perfectos. Al menos yo (el hotel brasileño en el que nos alojamos tenía unos platos de carta libre... que ni les cuento: riquísimos). Eh, como decía, visualmente me vi atrapado por cada sitio al que arribábamos. Hubo un accidente y se volcó un bote que acercaba a turistas a una de las cataratas, eso lo recuerdo. Descontando esta fatalidad (murieron dos visitantes), todo salió bien. Aún hoy quiero, no sé, como que poder volar y meterme a toda esa zona y recorrer sus orillas, conocer a sus pobladores, sus espectaculares vistas al anochecer y a la mágica luz del alba, o en la hora azul. Me mueve un amor a la sensación de vivenciar tan de primera mano, las maravillas reales de la Tierra. Paraná ha ganado hoy día un nuevo caudal de contenido gracias al filme de Gustavo Fontán. Quiero estar donde él estuvo, y tocar con mis manos el suelo y el río que le dio vida a esta historia de nostalgias imperiales (¡salud [con agua nomás] por Vallejo!).



Visitando a los días esquivos

Algunos viajes sólo se hacen a ningún lado en plano material.
     Cuando algo bueno te ocurre, te enteras al rato que eso bueno te agrada, y que quisieras que siempre te pasara. Excepto por unos pocos casos, tanto por la tendencia sine qua non del ser humano a la maldad como por el entorno tan inestable en que hemos convertido (culpa compartida, ya sabes) nuestro hogar, los ratos buenos mejor gozarlos y no guardarlos. Podemos toparnos con todo tipo de desastres, pero en tanto sigamos vivos, se pueden superar. Lo que nos muesra acá, sugiere que podemos decidir cuando invocar lo bueno, pese a lo malo: que dure poco. Fontán, el director, es un realizador no prolífico, mas sí selectivo. No es un Woody Allen, vamos. Ni mucho menos un Takashi Miike. Es más... un Terrence Malick (aunque ahora último el tipo anda como que recuperando los 20 años que se alejó de su arte). Esto es, poco, pero de calidad. El argentino lo ha hecho bien, y eso que al inicio sentía que todo iba a terminar pésimo. En realidad, admito, la corazonada esta se debió a más la bendita forma en que Márgenes dispensa los títulos de su festival, mediante un streaming que me ha hecho degustar la ambrosía de la ira, si es que existe. Ente lag y lag, sin poder usar la calidad 720p más que para hacer las capturas que acá expongo, deseé bajarme las pelis y tenerlas listas en su totalidad para poder consumirlas al ritmo que ellas imponen, y no al interferido por las trabas de mi conexión a Internet. A propósito, gracias a esto compruebas que un filme tiene muy alta valía: con pesares de por medio, terminé recreando el semblante satisfecho de Jeff Daniels al final de Pleasantville (1998).
La calma tiñe cada paso de una decisión que rompe lo cotidiano.
     La propuesta es totalmente sacada de la fantasía. Al menos, en lo que ya he visto de este festival español, es la primera vez que me topo con ficción pura. Y vaya que lo es. Por momen-tos, pasada la mitad de su duración, pensaba en la novela Pedro Páramo (1955), que leí en primer año de universidad... debido a un curso. También pensaba en esos personajes de diversas series o cintas que tienen por cualidad el ser lacónicos pero de carácter resoluto. Estos suelen los héroes típicos de cualquier historia, y en este caso, Gustavo Hennekens, con su perfil cano y robusto, encarna a uno más de esos superhombres capaces de cambiar el rumbo de las cosas (diría Nietzsche). Pero su misión no va hacia un accionar movedizo, sino más bien plácido. Hay una semejanza con ese cuento de Ribeyro, Los otros, una antología de cuatro memorias a raíz del retorno de un hombre a su tierra natal. La misión suprema de estos hombres es la reconstrucción del pasado, o en su defecto, una remodelación del mismo. Se necesita ante todo, volver fisícamente a ese espacio idóneo, que pueda traer a las personas idas una vez más. El navegante, llamémoslo así, atraca a tierra firme con una mochila. Y es aquí donde el elemento de fantasía se magnifica con ingenio: ¿vemos a una persona volviendo a un lugar que nunca cambió (con gente habitádolo) para despedirse (esto queda claro) o a un hombre que, citado por alguna desconocida providencia, regresa a codearse con los fantasmas que recién con él cobran vida? Acudimos a una intrusión en la tierra de lo enmarañado. A buscar presencias que, se intuye esto, existieron para nosotros, pero que ya no están más (o no pueden estarlo).

La primera aparición... ¿se abrió una puerta sobrenatural?
     La puesta en escena, a blanco y negro, de estilo minimalista (algo propio de quien busca hacer retratos al natural), se combina con una cámara inquieta, de imparable tambaleo, que a veces resulta fastidiosa, porque impide comprender la cabalidad de un plano. En otras, muy al contrario, sirve para ilustrar la sorpresiva aparición de personas y elementos en el ambiente, así como el énfasis en los árboles, en toda la entramada red de ramas que coronan la estancia donde fluye la acción. Un par de veces he notado, de hecho, que ya no sólo un movimiento raudo, sino una trepidación deliberada sirve como transiciones de un plano a otro. A veces, estos cortes se apoyan no en lo antes mencionado, sino en la direccionalidad. Como imaginarán, el diálogo o, nunca mejor dicho, el libreto no existe en todo el filme. Hay, empero, conversaciones y susurros nunca inteligibles, y nunca iniciados por el protagonista ni por un par de personas de resultan claves en su estancia en la zona: son parte de la ambientación, como trino el cacarear de las gallinas. Por eso, otro factor que destila una presencia de peso es el sonido. La captación de estos son la música de la película. Aves, madera pisada, chapoteo de agua, son una fracción de la orquestación rítmica que, junto a ese inesperado y acomedido retraso del audio en relación con la imagen, suman motivos de por qué estamos frente a un filme surreal, de ambientación onírica: quién sabe si el viaje en bote del navegante es su medio para acceder al sueño, así como luego poder abandonarlo (con esto sugiero que todo lo que vemos sucede en la mente del tipo).


El paraíso a través de los ojos
     El título del filme lo anuncia en todo su esplendor. Hay rostros y ademanes, no sólo el del «héroe», que se conjugan en un respeto o casi admiración frente a la presencia del navegante. El paraíso acá viene a ser el Edén. ¿Y qué simboliza el Edén? Así es, el hogar primigenio del hombre. Ese sitio al que Keane aludía en su Somewhere only we knows. Sí, ando flipando. Como decía, 























buenas transcisiones, marcadas por la trepidacion o por direccionalidaddd



Calificación
     Toca una parte que he aprendido a disfrutar... te da un toque clásico, el emitir un juicio absoluto sobre una creación del intelecto humano. Sobre todo si lo haces sin odios de por medio o cargos de culpabilidad por algún desencuentro que pudiera recordarte la película. Esta es:

16.4

     Ya lo sabrán, pero lo pondré: la película realza el lenguaje cinematográfico tal cual, que viene a ser la imagen y el sonido. No hay palabras ni historias llanas, previsibles. Hay conflictos en lo que entendemos pero buscados, muy bien calculados. Para que me cojan el tranquillo, como en el final (y sólo el final...) de Total Recall (1990). Es de las películas que exige una revisión constante en el mismo momento en que la vemos, pero como la armazón está tan bien hecha, tenemos éxito, y nos podemos sorprender, o sentir catarsis. La película no tiene final ni triste ni feliz, es como tiene que ser. No puede haber despedida sin saludo, pero acá lo hay: el hombre entra a una arena de espejismos y suposiciones, y sin más pareciera que siempre hubiese estado allí. Es tangible la extrañeza por esto repentino, ¿no?, pero con todo el ambiente libre de palabras, creando una comunicación de silencios, realmente siempre ha estado y no ha estado ahí, como el jodido gato de Schrödinger: El tema:

La compensación de la ausencia

     O lo que es lo mismo: el retorno imperioso tras una larga ausencia. El que hayan elegido a un personaje que oscila los 60 años transmite la noción de que este hombre ya ha vivido, ya ha sufrido y gozado lo que sea que haya sido su vida. Está, aunque suena exagerado, en las postrimerías de sus días, y necesita, para poder seguir sobreviviendo, regresar a su terruño, a su sitio ideal, para luego (real o fantaseado) comparecer ante su «tesoro personal» (usando al tan querido por todos.. Coelho): su pueblo y su identidad. Otro ejemplo que se me ocurre de final abierto es Inception (2010), el cual tras un par de datos buscados en Internet deja de serlo... pero quédense con la primera sensación al terminar este filme de Nolan. Esta obra de Gustavo Fontán, desde su inicio a su final transmite lo que mis dos referencias hollywoodenses (ambas rescatables, aunque más la segunda) hacen en sus últimos segundos.



Ficha técnica

  • GUIÓN, DIRECCIÓN: Gustavo Fontán.
  • FOTOGRAFÍA: Luis  Cámara.
  • CÁMARA DE 16 MM: Luis Cámara.
  • CÁMARA DE SÚPER 8: Gustavo Schiaffino.
  • SONIDO: Abel Tortorelli.
  • MONTAJE: Mario Bocchicchio.
  • PRODUCCIÓN EJECUTIVA: Guillermo Pineles.
  • PRODUCCIÓN: Insomniafilms, Tercera Orilla con el apoyo De Incaa.
  • INTÉRPRETES: Cast Gustavo Hennekens, María Del Huerto Ghiggi, Héctor Maldonado, Pedro Gabas.
  • LANZAMIENTO: 2013.
  • PAÍS: Argentina.
  • LENGUAJE: Español.
  • GENERO: Surrealista, poesía.
  • DURACIÓN: 65 minutos con 21 segundos.
  • ARGUMENTO: Un hombre, sin miramientos ni titubeos, recala su bote en una de las orillas del Paraná, y emprende una caminata. Llegado a un punto, extrae utensilios de su morral, con los que pesca e inicia una fogata. No se sabe si él está al tanto, pero, al tiempo, se le unen personas que lo asisten y acompañan. Incluso lo vemos entrar a una casa, en otra margen fluvial, y toparse con una mujer que lo observa con tierna devoción. Sin variar la luz del día, prosiguen las actividades, como arrancar madera de una vieja embarcación o adentrarse nuevamente en las aguas para capturar más peces. Con todo listo, se inicia un banquete entre las personas que surgieron en el lugar y el sucinto navegante. Niños juegan después, y parece reinar la distensión entre los pobladores. Es ahí cuando el navegante sin nombre se encamina hacia el mismo sitio en el que arribó, seguido de la mujer y de un hombre, mayor que él, quien con ademanes paternales lo despide lánguidamente de pie al canto del afluente.

     El avance de Vimeo, perteneciente a la cuenta de la productora del filme,  presenta unas leves restricciones para compartir (en exhibir el título y en su interfaz de reproducción). Cualquier cosa, solo cliqueen al enlace debajo y lo ven directo.




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