sábado, 27 de diciembre de 2014

Carmita... o las maneras del crepúsculo

REQUISITO PARA LEER: Mírala. No tengo más nada que acotar. Eh, no se me ocurren frases ingeniosas tampoco. Entonces, lo mismo que la peli anterior... imagino que será difícil verla por Internet. Así que pasa y acomódate.

     ¿Ven ese cartel? ¿Ven el rostro de esa hermosa dama? Pues resulta que no fue ni un vándalo ni ningún envidioso el que hizo esas pintas. En realidad, no se puede acusar solamente a una persona. Porque es cierto que una mano ejecutó los trazos con un lapicero o plumón, pero como todo en la vida, las cosas son una suma de otras más pequeñas. En este caso, hubo personas que empujaron a este aparente grafitero de tendencia emo (lean lo escrito) a manchar el garbo y el encanto de esa imagen. No hay frustraciones de por medio, todo lo contrario, aceptaciones hidalgas. Valor y dignidad nunca perdidos. Tener eso te impulsa a ti mismo a manchar tu propia imagen, con dolor tal vez, pero con una posición diáfana respecto a lo que haces. Eso consiguió Carmita, la estrella, la actriz preciosa que hoy gana un leve brillo en el cielo gracias a Laura e Israel.


«No me digan que estoy guapa, por amor de Dios, no hay vieja guapa.
Las viejas son pellejo, ¿donde has visto una anciana guapa? Yo no he 
visto ninguna anciana guapa... me da rabia cuando me lo dicen».

     Este filme me he reencontrado con un viejo temor, porque lo conozco ya por una década, y actual, porque no hay día que no me deje. A ver si adivinan. Dejando eso de lado... recuerdo mis clases de Literatura en el colegio, cuando el profesor Luis Edgardo Yabar nos decía que habían tres tipos de vida según el padre del poeta español Jorge Manrique: la terrenal, la celestial y la fama. De la primera estoy seguro, es por ello que puedo escribir ahora; la siguiente, no siento que me competa, está fuera de mi alcance imaginar algo tan horroroso como la eternidad, es pesadillesco su sola concepción; y lo que fluctúa entre terrenal y divino, la fama. Siempre he pensado en Cervantes y me siento feliz. Si llegara a hacer algo tan significativo como él (su mágnum opus, ya saben cuál, es un pilar de la lengua castellana a nivel universal), seguro sería mencionado cinco siglos después de mi muerte. O como Newton. Esta película muestra la realidad de vivir con ocho décadas tras haber saboreado una de las tres formas de vida, la fama, y el quehacer natural de un ser humano que intenta darse todavía luz a sí mismo, porque nadie (ni su hija) busca hacerlo realmente. Va a programas en ocasiones, habla un poco, vuelve a casa y listo, a repetir el ciclo. Filmes así ayudan a mostrarte el sinsentido que es la vida en el fondo. Esto no lo hace Amour (2012), por ejemplo, en alusión a la temática. La de Haneke es una historia humana. Esta película, en cambio, es una penumbrosa.




El sendero que no se bifurca

La diva y su empleada, la cineasta: necesidades complementarias.
     No hace falta que sea corpóreo. Uno puede tropezar consigo mismo con mayor intensidad que con un ente real. En este caso, pareciera haber tropiezos, empero, reales. Sucede que el tándem conformado por Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas enfila sus esfuerzos en redescubrir a esta mujer, Carmita, nacida Carmen Ignara Güell, quien transcurre sus días entre la solem-nidad de su fino pero deteriorado chalé en Monterrey, y un ambiente congelado en el tiempo, saturado de zapatos viejos, muebles y antiguas publicaciones donde ella sale como núcleo, como un Sol en torno al cual giran personas y destellos de cámara. Un matrimonio tuvo ella. Algo normal, ¿cierto? Pero lo tuvo con el peor demonio que existe en el corazón humano: la soberbia. Y lo que es mejor, ¿saben? Mejor dicho, peor, pero el punto es que hay algo peor que la soberbia: la soberbia mojigata. Su esposo, Santiago Reachi, reputado productor de cuya mano Carmen podría resultar mucho más exitosa, se convirtió en su verdugo. Poseído por la estupidez máxima («vanidad», le llama ella) que acabo de mencionar, y como repite Carmita un par de veces en este filme, en medio de una cena populosa, respondió ante la declaración del presidente de la MGM, Samuel Goldwyn, de «voy a hacer una gran estrella de tu mujer» con un chabacano «jamás permitiré que se diga "por ahí va el esposo de Carmen Ignara"». Resumen: el tipo no quería que su esposa lo opaque. Sí, no sólo es machismo, sino temor humano ante la noche que se nos puede avecinar. Hay veces que sorprende lo falto de criterio que se era antes.
«El pasado, en el pasado está, ¿qué le parece si vivimos el hoy?»
     Entonces, a Carmita le tocó eso y luego un divorcio horrible. Los años pasaron y llegó la vejez con toda su comparsa, que sin remilgos le recordaba que recordara la causa real de su fracaso: ella misma. Ella no pudo elegir, de alguna manera. Hay ocasiones en que uno mismo se vuelve su propia perdición. Y ante eso no hay cura ni tratamiento que sirva. Es una virtud y un defecto del ser humano. La constancia, el afán de no traicionarse a uno mismo y ceder ante el resto, cuando se ejecuta justamente o con dolor de por medio, genera cicatrices imborrables. Carmita llevó toda su vida (y seguro todavía lo hace) su fatal hado (esto es un decir, no creo que esa «wea»). Iniciada a los 16 años como actriz, se volvió una cubana muy cotizada para el cine. Llega a afirmar en esta cinta que incluso por rodar con Luis Buñuel. Pero nada. Tuvo como muchas otras personas, un camino, un sendero trunco, con la salvedad de que ella no pudo elegir un desvío. Hizo posible un acceso, y se abrió paso desde la derrota, no hacia la victoria, sino hacia la supervivencia.
     En los momentos, que son tres, en los que está en un plató de televisión, declarando, tras haberla visto previamente cómo se arregla y se esmera en acudir con presta distinción a esas citas, me recuerda a Sara Goldfarb, de Requiem for a Dream (2000). Ambas comparten el carácter espectacular, o sea, de fundirse en el ojo mediático, dar la hora, ser primera plana. El personaje ficticio se degenera al entregar su vida, pero Carmita solo nos da su mejor careta. Ha sido su arte, la actuación, y a él vuelve cuando lo requiere. No se muestra, no cede, es de difícil abordo. El presentador de las primeras dos ocasiones mostradas de ella en televisión, resulta cortante, abrupto, y realmente desinteresado en ella. ¿O es eso o que realmente tiene tan buen tino que se dio cuenta que decía cosas innecesarias y vacías y quiso traerla a un presente concreto? He percibido una mezcla de ambas. Cuando ella quiere mandar saludos a los niños por el Día del niño, él le pregunta por su hija, a lo que Carmita responde con un suspiro hondo y una declaración melancólica por no poder verla tras varios años. Quiero tocar este punto antes de volver a mencionar otros aspectos de ella.
     Este es el de su hija. La hija que tuvo con Santigo Reachi, el hombre que tras desposarla, le advirtió, estoy seguro, con tono cavernícola: no vas a volver  a actuar nunca más, sólo te ocuparás de los hijos y de la casa, ¿entendiste? Súmenle a eso que con 16 años, tuvo 10 de carrera incipiente, y sin duda las mejores épocas en esa profesión le aguardaban a la vuelta de la esquina.


A la sombra de una madre


                            ¿Me permites mandar un saludo..? Yo--
                            Carmita, ¿extraña a su hija?
     Su hija es un tema relevante en su vida. Su hija es un reflejo de ella misma, y de lo que creo ella haría si pudiera dividirse en dos: separarse a la carrera de un ser tan arisco y resentido. Sí, seguro piensan en mí, gilipollas. Pero lo que atañe acá es lo que Carmita pueda haber sentido debido al presente de su retoño. Si ella hubiese sido exitosa y todo eso, sin duda su hija podría tener y haber pasado por una vida buena y el presente sería unión y amor. Ocurre, sin embargo, lo contrario. Carmita declara que ella no puede venirse de donde vive en EE.UU. porque el trabajo no la deja, y que encima tiene un hijo. Asumamos que ella da un dato real y su hija vive como dice, ajustada y atareada. Nunca de los nuncas vivir para el trabajo resulta agradable. A menos que se tenga mentalidad esclava o que se crezca desde pequeño moldeado para servir. Entonces, se colige que la hija no se lleva nada bien con la madre. Que en el fondo seguro detesta algo a su progenitora por el futuro a medias que le dio. Tal vez, podría haberse fijado en que ella tenía un futuro edificado con solidez y que por culpa de su padre se echó a perder todo. Carmita, ojo con eso, tiene un carácter fuerte, sin duda resultado de los años y los impagos que estos le han brindado. Rencillas y choques con su hija, como en todo lado, han habido, pero es diferente pelearse por salir hasta la medianoche que por no poder tener algo que antes se tuvo. No sé cuán madura haya sido su hija, pero, como suele ser propio en el mundo de los famosos y de los que fueron famosos, existe un predisposición en todo a tomar lo bueno, lo de alta calidad, lo fino. Si sumas a esto que hay una pequeña que ve en fotos a su madre, de sonrisa hermosa ciertamente, rodeada de luces y ahora la ve amargada o gruñona sin más, el resultado es un ser humano que se va a querer ir de esa vida híbrida, porque la otra mitad de la misma, la riqueza, se fue por la puerta trasera del castillo de sus destinos. La foto que dejo arriba muestra la belleza de esta mujer y de paso la belleza de su pequeña también. ¿Lo notan en ambas? Ella se casó con Santiago Reachi a los 27 años, los cuales aparenta ahí, unos más tal vez, así como su pequeña se ve de apenas cinco. Estoy casi seguro de que en esa foto todavía no venían los eternos días de tormenta que luego terminarían marcando a ambas mujeres.
La diva y su admiradora.
     Esto nos trae al presente, cuando Laura se vuelve empleada de Carmita. Al parecer, y esto resulta evidente, el trato es: me vuelto tu ama de llaves, tu sirvienta, te limpio y te cuido todo, y me permites entrar a tu intimidad para grabar mi película, ah y este es Israel, mi esposo (eeeso es lo que he podido entender tras el visionado, no me consta, ojo), y se encargará de la «camarita» (al final del filme, así le llama Carmita). Y esto no ha sido cosa de un día. Laura debe llevar trabajando años ahí. Específicamente , seis años. Lo digo por una imagen de ambas viendo el Fotolog de Carmita. Un comentario que se llega a ver con claridad dice 2007. La cosa es que cumplió, imagino, una labor inicial y excluyente: solo ser su empleada. Luego vendría la idea de hacer entrar a Israel y su artilugio para registrar su vida. La vida de la actriz cubana más reconocida de los años 50 (ella está sobre los 80, y siempre declara «hace 60 años...») a través del lente de un par de curiosos. Y algo rescato de esto: la relación madre-hija. Es cierto que Carmita, por ser una dama proveniente de los últimos años de ese trato gamonal pero «humano» al sirviente (vean películas de la época; hoy hay más igualdad en trato y en como si dirige el patrón a su asalariado), pareciera difícil que se abra a una extraña.
                  —¡Me clavaste muy duro, cabrona!
                  —No, si tenía que habértelo clavado más.
    Laura es una cineasta, una audiovisual (expresa sus ideas así) empeñosa, se le ve, y simpática, y de expresiones cautivadoras. Me gusta. Ahora bien, en contraste con los modos de trato que tiene Carmita, pareciera ser ella la buena de la película y su empleadora, la mala. Es falso. Acá se cumple un tópico de la modernidad, que en realidad más que moderno, es humano: el pragmatismo. O el ser interesados, usando otro términos. El interés de Laura en Carmen es poder captarla a ella para su documental. Durante seis años ha estado laborando, trabajando, ordenando, y captando imágenes ya sea con permiso o sin el permiso de ella. Hay tomas donde se percibe que Carmita no está al tanto de la presencia de una cámara. La realizadora la asiste, la ayuda en todo, en limpiar espejos, en asearla, en ordenar su ropa. Pero hay algo que al menos a mí no me gustó. Este un documental, es cierto, pero algo de ficción tiene. Se crea el prototipo de heroína, o de mártir en Laura. Tiene una rencilla con la veterana actriz debido a que ésta la acusa de haber cogido un anillo suyo. Tras un aparente forcejeo, Carmita le muerde la mano y le quita el objeto. La dueña del chalé, muy al tanto de su matriarcado en el recinto, no se indigna ni se molesta. Le da igual. En cambio (y en este instante me cayó mal aquello), Laura solloza y se queja con la voz quebrada.
Repito, será mi inexperiencia pero... ¿esto qué rayos es? ¿Una víctima?
     Es a partir de este instante donde se perfila el final del filme: Laura se tiene que ir, reñida como está con Carmita, la altanera y orgullosa vieja que la maltrató despiadadamente. Pasan los meses, y luego una carta final, en voz de Israel, nos transmite la claudicación de Carmita ante los dos jóvenes, y dice que todo en su vida es malo, que todo lo que hace es malo, que todo es su culpa, y manda saludos, también para el bebé. Fin. No jodan... la cagaron al final eh. Plasta, como dirían en España, ¿no? Así sea en la China, ha sido decepcionante el final, y ya saben, final malo... peli mala, ¿no? Resulta que acá no pasa esto del todo. Ha habido momentos de pausa, que ayudan, que siempre caen bien por sus dotes de reorganizadores del mundo representado. Los planos de paisajes, o cosas así, ayudan para esto.
     Volviendo al punto... en Big Fish (2003), el protagonista, casi al final del filme, ayuda a la única pobladora de un pueblecillo mágico perdido entre bosques y frondosidades a retomar el brillo que tenía su hogar hace años. Tras el apoyo, el prota, encarnado por Ewan McGregor, tiene que irse. La chica a la que ayuda, encarnada por Helena Bonham Carter, prendada de él, le pide que se quede a vivir a su lado. Este tiene que rechazarla y parte para nunca más volver. Edward y Jenny eran sus nombres en esa fantasía. Laura, y esto se acentúa con la carta de Carmita que escuchamos al final de la película, deja así a quién fuera su «musa» durante tanto tiempo. ¿Es lícito moralmente acudir a un abandonado y luego volverlo a abandonar?

La Carmita real... ¿es buena? ¿Mala? ¿Perfecta? A saber...
     Han creado un melodrama, me parece, y por eso mismo el filme falla, pero como dije ya, a medias: no sólo por las pausas, sino también por todo lo que llegan a mostrar de Carmita, incluso un rato en el que llora mientras escucha por radio unas declaraciones suyas que, por la voz, dio hace mucho ya, y resulta ser el mismo parlamento que soltó a la televisora hacía poco. Este momento es sumamente dramático porque revela la fragilidad de la razón de vida que tuvo esta señora. Perdió, y es duro que te lo recuerden, que tu vida es una repetición valorativa de cosas casi antediluvianas. ¿Y el presente? Eso estuvo excelente... mejor si es que Laura no hubiera puesto (o propiciado, quién sabe...) esa ruptura tan a lo telellorona mejicana.


Glorias idas, glorias negadas

     Para acabar, el filme es una semblanza, y claro, un documental a la vez. Y es hartamente psicológico. Su contenido respira la psique de un ser humano, con sus vaivenes normales. Sé que Laura e Israel han tenido intenciones buenas al tratar con Carmen, pero (no sé si por juventud o algo así) no han caído en cuenta del grado en que pueden hacer eso sin lastimar. O sea, esa parte en que esta señora de 80 años llora... ¿cómo coño pasó eso? ¿por qué? Sí entiendo que cuando llora escucha su voz joven y aunando a esto la canallada de su esposo, tenga por qué soltar lágrimas amargas. Digo, ¿por qué dejarla escuchar esas grabaciones? ¿Por qué grabar justo ese momento? Tal vez peque de novato acá, tal vez cambie a futuro mi percepción, pero... por el momento esas cuestiones le plantan algo de cara a la ética fílmica, que como supondrán, más que fílmica, va ligada a los documentales, ese género que es peliagudo por carácter real. Esta mierda me recuerda a esa peli peruana, Tinta roja (2001), en la que el fotógrafo sin escrúpulos que encarna Fele Martínez (un conocido viejo por Tesis [1996]), conmina a llorar a una pobre anciana que acaba de perder a su amado nieto, con frases descarnadas respecto a la ausencia de éste y valiéndose del amor que la mujer le profesaba. Resultado: lágrimas, la cálida voz de tu tristeza... diría José José. Y lágrimas que venden, lágrimas para la portada, lágrimas para ganarle a la competencia. Amarillismo pues. Y bueno, ese tufillo a sensacionalismo he percibido en este final (casi armado, forzado... tú me dañas, yo te daño, y todos a reflexionar). Ver esta parte, teniendo en cuenta que no es ninguna cojonuda actuación sino la realidad de alguien que ya está más allá que acá (esto lo digo por los años), da qué pensar.
     Dejando esto, hagamos un acápite. Volvamos a la psicología de Carmita. Ella dice en un programa de televisión «te lo digo por lo que me contestó Samuel Goldwyn, el presidente de la Metro (...), en una cena, el presidente de la Metro, Samuel Goldwyn, que era amigo de él (...), y Samuel Goldwyn, presidente de la Metro, ¿eh? ¿tú sabes lo que es eso?». Todo esto dicho y redicho en menos de un minuto, y encima, antes de ser cortada por el presentador del programa. Carmita nació para las cámaras, da esa sensación. Cuando declama el poema de Amado Nervo, El día que me quieras, me hizo titilar los cachetes. Es buena eh. Y algo que potencia su galantería, su aura de dama añeja del pasado dorado del cine mejicano (qué damas eh, miren a María Félix), son los acertados movimientos lentos (paneos) de la cámara. Eso, y los ppp (primerísimo primer plano; también llamado close-up) que caen de perlas, porque si de captar la psicología se trata, estos son los mejores planos a emplear. Hay bastantes ppp, bastantes movimientos espaciados, holgados, de la cámara. Eso ayuda a comunicarnos el ritmo de vida que lleva esta antigua estrella. Hay, sobre todo, unos momentos mejor que cantados para el uso del ppp que realmente se ven realzados por la amplitud del lente: las viejas fotos de Carmita.
     Todos los recortes donde sale ella, con su figura quinceañera y siempre adornada de una sonrisa, están en su totalidad o parcialmente, manchados por garabatos, por insultos, que al parecer ella misma (mmm qué duda cabe, ¿no?) se ha autoimpuesto. ¿Ven? Hay todavía rencor, hay arrepentimiento, está ahí, y es triste pero ese dolor parece que nunca se irá. Cuenta ella que «mi marido no sé por qué me decía: tú vives pateando la fortuna». La atmósfera oscura se extiende no sólo a estos objetos, sino a toda la casa. Su mansión regimontana hiede a otoño descompuesto. Hay escenas donde se ve el abandono de su piscina, las nulas atenciones que su jardín ha tenido... todo en esa casa es como Carmita: tuvieron no una época normal, sino una época de esplendor y glamour. ¿Quieren saber el por qué de esta situación? La cubana confiesa, compungida (durante la escena final), que su madre siempre le recordaba «tú eres tu peor enemigo». Dicho y hecho, ¿eh?

«En la penumbra me veo bárbara, como cuando estaba joven,
pero cuando me da la claridad... se me ven los 80 años, coño».


Calificación:
     Ya adelanté lo mal que me he tomado ese giro en que Laura y Carmita se pelean. Bueno, a ponerle la nota que me parece le corresponde:

14.9

     Con justicia. Que gran parte de esa cifra es por la franqueza que ha tenido Carmita y por su personalidad, negativa o buena, tan pero tan marcada. Esta señora es ella acá y en Marte, sin lugar a confusiones. Bravo eh, bravo por eso. Laura, con el material que tenía, pudo hacer sentir más, y ojo, es talentosa, me agrada su estilo, pero en este título... le fue normal tirando para fabuloso. El tema es:

Arrepentimiento frustrado

     Es cierto que Carmen Ignara admite que el dolor que lleva dentro de su espíritu se debe a los tropiezos que ella misma propició (y el peor de todos, imagino: la poca voluntad que tuvo para decirle que no a su esposo), pero es tarde ya, su hija y su exmarido son fantasmas inexistentes, que ella recrea en sus momentos de soledad, otro gran acompañante de su vida octogenaria. Laura le da un brillo, un motivo más para arreglarse, hacer algo, increpar, contrariar o disgustar o encandilar, pero lo hace. Y luego se va, claro, tiene su vida y todo, pero para quién está en sus últimos días, creo que es algo... polémico. No sé si decir cruel o bueno, porque el contenido de esos días nadie se lo va a quitar a Carmita, pero ya no están, como casi todo lo bueno de su vida, no ha estado tanto como ella hubiera querido. Esa carta final es triste, y el final del filme por eso es triste, desesperanzador; nada de cursilerías bonitas con paisajes y planos abiertos (que es como acaba todo). Y eso genera respeto, para mí, por el valor enorme de admitir tanto yerro junto a estas alturas de su vida, en íngrima reflexión. Por eso me agrada lo que hizo Laura y a la vez no. Pero es la vida, siempre lo digo, y la vida es dura. Contemplemos este final con sabor a hiel lleno de dignidad y coraje con alegría.
     Dice ella:
«Hoy el único incentivo que tengo para subsistir, es lo que vas a hacer conmigo en el cine [se refiere a Israel] y me da gran ilusión aún. Sé que con tu camarita, haces lo que deseas, por lo que te hago una suplica (...) que quede claro que fui yo, y sólo yo quién destruyó una carrera artística (...), no tengo perdón ni de Dios ni del Diablo (...) destruí mi vida en todos los aspectos...».


Ficha técnica:
  • DIRECCIÓN Y GUIÓN: Israel Cardenas, Laura Amelia Guzman.
  • PRODUCTORES: Israel Cardenas, Laura Amelia Guzman.
  • FOTOGRAFÍA: Israel Cardenas.
  • EDICIÓN: Israel Cardenas.
  • SONIDO: Alejandro De Icaza.
  • MÚSICA: Juan Davalos.
  • COMPAÑÍAS: Production Company Aurora Dominicana.
  • REPARTO: Carmen Ignarra, Laura Amelia Guzman.
  • LANZAMIENTO: 2013.
  • PAÍS: México.
  • LENGUAJE: Español.
  • GÉNERO: Documental, drama.
  • DURACIÓN: 70 minutos.
  • ARGUMENTO: En lo profundo de su enorme casa, junto a la mueblería decanal, reside Carmita, una exactriz cubana que saboreó las mieles de la fortuna cuando se le consideró, en los 50, la primera hispanoamericana en incursionar en Hollywood. Tras un intrincado pleito, y sin el coraje necesario para encararlo, termina recluida en el abandono total de su carrera. Laura e Israel, cineastas, tocados por su tragedia, se acogen a ella para registrar y así perennizar su vida corriente. Durante los seis años que Laura se aboque a fungir de criada, iremos conociendo el nivel de apego que alcanzan las dos mujeres. Se genera confianza y camaradería entre ambas, siendo Laura atenta y acomedida con las necesidades de su patrona. Sin embargo, una rencilla se encarga de distanciarlas definitivamente. Pasado un tiempo, Carmita les envía una carta en la que no sólo pide disculpas por lo ocurrido, sino que desarma su porte de dama inexpugnable para revelar el grado de culpabilidad que ella se adjudica por todas las adversidades que le ha tocado vivir.

     Este es el avance estándar, por decirlo así, que hay en Vimeo:




     Y este es un avance realizado para el TTFF (Trinidad+Tobago Film Festival):




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