jueves, 21 de enero de 2016

El último verano (2016)... colisiones de la impericia.

REQUISITO PARA LEER: Mírala, hablo de toda la trama... aunque tampoco te pierdes mucho.
REFERENCIAS: LimelightAmerican BeautyThe Shawshank Redemption, Wild at Heart, El pequeño seductor... nah, esto último es broma (EN SERIO, no la veas).

     Las perspectivas de uno lo condicionan en torno al producto que consumirá a futuro. Por ejemplo, un partido entre un equipo mediocre y otro con ganada reputación nos parecerá un abuso, un chiste o algún espectáculo romano de masacre asegurada. En  el cine peruano de estos últimos tiempos, cuando se mira un avance o ya está uno presto a expectar una película, al menos por cuenta propia, una tendencia a la risibilidad o al divertimento me domina por completo. No puedo evitar tomarme a broma lo que veo, tanto por actuación como por montaje o efectos. En generales líneas, acordemos que el cine peruano si bien anda elevando su cifra de producciones anuales, no permite expresar el mismo gusto por este hecho cuando se aborda el tema de la calidad. Este arte, por inescrupulosos entes, se ha visto objeto de lucro puro y parejo, de tal manera que el contenido se ha visto abandonado a límites de espanto. El filme que nos aborda lo vi hace un par de días en la sala 6 del cine Excelsior, a las 7 y 15 de la noche (aunque empezó casi veinte minutos después). Era martes 12 de enero de 2016. El día anterior una partida especial enrumbada a Huancayo me había dejado una desazón que espero donde sea que te halles, lector que descifra estas líneas, ya se me haya esfumado.
     El filme que nos aborda es El último verano.



     De antemano, mi intención con textos como este no es sonar insidioso o contagiado pertinazmente por el virus de la animadversión total. No deseo sonar como verdugo, son mis opiniones, las cuales más que destruir buscan conformar un nivel más alto en lo que a la realización cinematográfica se refiere. Esta película me ha generado una impresión y el desmenuce de la misma es lo que pasarán a leer líneas abajo. Salía yo de la Casa de la Literatura tras haber recalado ahí en busca de distracción y planeaba pasarme a Amazonas a preguntar por libros de un sol. Es mi pasatiempo, en ocasiones. Y todo se disponía a ser tal cual lo he dicho, pero se me vino a la cabeza que podía ir al cine a ver esta peli. Que era el primer estreno del año acá en Perú... y solo visto así, ganó un plus, más peso, más ganas me invadieron para verla. Acto seguido, emprendí la ruta apurado a un cuarto para las siete en busca del cine que me permitiría pasar esta experiencia: el Excelsior, claro está. S/. 3.50 la entrada, imaginen. Compré dos chupetines de cincuenta, con la idea de que estas golosinas sí duran más que las galletas o las bolsitas de cancha. Me senté en la sala 6, ya lo dije, al fondo, bien al fondo, esto es, en la última hilera. Justo hallé solo dos asientos. Acomodado en uno, consideré que podía subir mi maleta en el que estaba al lado y tenía disponible. Lo hice con la seguridad que nadie, al momento de ingresar al recinto, se percataría de que aquí al costado mío había un sitio libre. Y en efecto, así ocurrió. Entonces, bien empotrados y cómodos, yo y mi maletita de cuatro años nos preparamos para ver ese pie derecho con el que arrancaría la recatafila de filmes nacionales en los futuros meses de este novel 2016. Y sí, arrancó... pero se chocó a mitad de camino. Colisiones fruto de la impericia, llamémosle. Así es, debemos esperar otro carro y otro corredor mejor preparado para llegar a la meta sin mayores tropiezos.

     Ópera prima de Sebastián García, juega entre los géneros de drama y comedia, por ende, le queda bien el rótulo de comedia dramática, cosa que es. De cajón: recuerda a Limelight (1952). Este filme, también del mismo género, da cuenta de una emotividad gigantesca y una historia tremebunda por donde se le mire. La sensibilidad de Chaplin siempre ha cautivado, y pese a moverse en el terreno sonoro no hizo sino ratificarse. El mentado parecido va en cuestión de la temática: inefable depresión o crisis existencial confrontada al hálito vital de un ser positivo cargado de bríos. La cuestión es que solo en el esqueleto se parecen porque por lo demás, la cinta nacional es una resaca mal dibujada.
     La trama no se dirige en concreto hacia ningún lado. A menos a nivel cinematográfico no convence en cuanto no es más que un estanco de hora y media aproximada. Es de esos títulos que justifican su nomenclatura por una frase final. Es pasable, claro, tal como la enunciada por Segismundo y que nombra la mágnum opus de Calderón de la Barca. Cabe decir que ahí el título, La vida es sueño, resulta adecuado por la reflexión inherente a la obra entera. Acá suena forzado. Intenta ser poético y romántico, pero no, no funciona. Al menos para mí, que ya se sabe que estas son mis percepciones.
Vamos por partes. La historia no cuaja del todo, si bien admito que con un mejor trabajo y una revisión más esmerada seguro que quedaba como una digna comedia dramática, que a mi ver es una especie muy dejada de lado por el drama o la comedia. En el Perú hay pocos de estos híbridos y si mencioné la película de Chaplin fue porque, si bien no tocando las mismas cotas, se podía haber rozado los linderos de la sofisticación. No hay una historia coherente del todo y más bien es hueca. Tiene vacíos notorios en su razón de ser, en lo que impulsa a los protagonistas. No queda claro, todos parecen niños con cara de viejos que hacen (y dicen, o pretenden hacerlo) cosas de grandes. Los engranajes argumentales giran a raíz de un descubrimiento de infidelidad, el cual está terriblemente expuesto, ya que no transmite nada de ello, sino ridiculez. De hecho, debo decir, en el cine varios se rieron. Por cada lisura o expresión malsonante, todos estallaban en carcajadas. A mi ver, esto es exagerado y es un indicador del límite de exigencia de la audiencia nacional en torno a humor o a contenido gracioso: son muy elementales. Casi como si el humor noventero de los cómicos ambulantes, plagado de los mismos elementos, se activara y ahí donde se escuche la criollada, la pendejada, están todos prestos a carcajearse de lo lindo.
     La trama, tras este primer suceso, se desmorona intentando profundizar en la psique del protagonista (Antonio Arrué). Dicho sea de paso, un acierto es él, pues su rostro, su voz y todo lo nacido de él, irradian mediocridad, pasividad y lo hace un prospecto perfecto para ser abandonado o engañado o cualquier cosa que implique no tenerle la más mínima consideración, pues el aura que lo rodea no motiva a ello. Recuerda también al Lester Burnham de la fabulosa American Beauty (1999). Y es que cuando se quiere hablar de disfuncionalidad familiar, hay que tener cuidado, hay evitar caer en los excesos melosos de la tragedia que supone no tener cohesión parental. Acá no hay cuidado ni méritos que salven la manera en que se expone el via crucis del tipo engañado. La música está regular, tiene las notitas clichés de los momentitos existenciales de un personaje, pero no penetra más. Es muy básica, sosa incluso. Y los planos donde el tipo pasea por las calles, alimenta palomas, mira el cielo y al río Rímac están mal ordenados. Repiten a veces, y esto, lejos de causar un impacto mayor, da cuenta de las carencias técnicas. Las transiciones a veces son la notoria maniobra de un drone que se eleva sin mayor significado por una concurrida avenida (plano general)... ¿para qué? No comunica nada. ¿Se puede salvar esto? Sí. Anahí de Cárdenas se luce bien.
     Su característica es la de ser una chica bipolar con tendencia a la depresión. Por ahí dicen que le sale bien porque se interpreta a sí misma, con el tono juvenil casi o medio «apitucado» que en otras tantas producciones la ha caracterizado (Dioses [2008] o Asu Mare 2 [2015]). El caso es que se le siente creíble. No termina de conectar del todo con Arrué, ni se hace verosímil la forma en que se conocen y relacionan (al menos, en la puesta en escena, resulta poco verídico), empero en los momentos de conflicto y desesperación, por llamarlos así, logra convencer. Ella conoce al profesor que encarna Arrué, se supone que debemos creer que conectan al instante, y luego el resto viene solo: flirteos, paseos de la mano, el Edén romántico surgido de la nada sin la menor justificación. Este es el relato grueso que mueve la historia.
     La contraparte la llena Marcelo Oxenford y sus bromas, mismo Melcochita o Gordo Casaretto, al intentar consolar a su compañero (Arrué). Y no, no conecta su participación, se siente muy falsa, pero demasiado, casi como esas pelis semieróticas argentinas donde sale el Gordo Porcel acompañado por algún colega que acompasa su histrionismo tan peculiar y pícaro. Hasta ridículo, a veces. Luego, Ivonne Fraysinnet, su pareja en la ficción (y en la realidad) surge como una señora víctima del abandono sentimental de su amado, y se lo echa en cara. Esta parte (a título personal), sí resultó regularmente lograda: otro punto más. Y la última contraparte, Teddy Guzmán, esposa del mentado protagonista, y su vida amorosa con el mancebo que la enloquece... todas las escenas de estos dos personajes, son patéticas. Mal interpretadas, mal filmadas y sin tino alguno. Hay una gala de actores reconocidos y sí, lo primero que cabe afirmar es que han sido muy desaprovechados. Tanto por Guzmán, Monserrat Brugué o Hernán Romero (la forma en que hablan al inicio sobre el escándalo de la alumna... el guion es pésimo) o Mabel Duclós, quien, por cierto, es otro acierto pues cumple con su rol cómico de ser la entrometida de la historia. Mención aparte merece el tan promocionado debut fílmico de la modelo Vania Bludau, pues básicamente este fue un gancho mediático para dar a conocer este proyecto. ¿Su aporte? Sin ser malo o sin exagerar...: ninguno. Cero. Conjunto vacío. La peor actuación de esta peli, la cual, para variar, se ha manifestado mediante las peores líneas del guion de esta peli... espantoso: si no sabes hacer guiones de verdad, pero en serio, con una pizca de acierto, mejor grabar tomas de silencio, de miradas, qué sé yo.. pero hacer hablar a, primeramente, quién no sabe hablar, y segundo, hacerle decir pachotada y media, es no tener sentido del ridículo. Entonces, quedamos en que el cuerpo del filme no flota, no patalea siquiera o da manotazos.

    ¿Alguien dijo «y qué hay del final»?

     Un final presumiblemente bueno si hubiera tenido mejor apoyo de toda la historia precedente. Aparte de que usan una pantalla verde (o un After Effects bien cínico) para contraponer a la pareja del final con el fondo marino (un error por donde se le vea: te desconecta... es tan evidente...), no ha sido tan malo. Me recordó al final de The Shawshank Redemption (1994), ya saben, Tim Robbins y Morgan Freeman estrechando brazos de cara al mar... pero es que ahí, con todo el bagaje ya visto, de veras que toca la fibra sensible. De veras. Acá, como ya dije, todo lo previo malogra lo que al menos hubiera sido un final pasable. Además... ¿qué onda de poner al inicio y al final un cielo de atardecer sin más? No... no funciona, no transmite nada tampoco. Alguito adicional es que lo previo a esto, la parte en que la despechada Teddy Guzmán se embriaga frente a sus dos hijos recuerda al final de Wild at Heart  (1991), en el que la madre de Lula (Laura Dern), una entregada y venenosa Diane Ladd, ve como su fotografía se quema casi mágicamente: ajá, eso es Lynch a los cuatros vientos, una genialidad. Y posterior, sigue el final que nos hizo lagrimear (eso asumo; me dejó moqueando...) a todos los que la vimos: el reencuentro de la pareja. Esto pasa acá, pero... ya pues, no se siente como debiera, no impacta, lamentablemente.
     A nivel de cine (el nivel visual) propiamente, los planos no tienen sentido de la composición en su mayoría... ¿ya dije que habían tomas de drones que uno se preguntan para qué las ponen si no comunican nada? Se ve que han tenido buenas tomas, con buenos lentes y una buena cámara desde el vamos, pero es tan escaso el uso genial que le dan a sus costosos equipos... por eso digo que técnicamente se podrá contar con material caro y de punta (he visto un detrás de cámaras, y en efecto, material técnico y humano han tenido por montones), pero si no sabes utilizar estas herramientas, se ve como si fuera lo más amateur del mundo. Y la continuidad es espantosa (si la han visto, es obvio que me refiero no solo a la escena donde el personaje de Marcelo regala una chalina que segundos después vuelve a aparecer en su cuello, sino a todo; desde el inicio hay una ruptura palpablemente dolorosa entre planos). Y dejando de lado la continuidad... de nuevo recalco, las transiciones, de un momento A a otro momento B, dejan mucho que desear. Resumen de esta tendencia: no hay ritmo. Las locaciones de las partes de clases son de San Marcos (las reconocí), y hay extras en ese mismo momento que son alumnos de la universidad. ¿Es algo malo esto? No... solo que percibo que se quisieron ahorrar varias costos respecto a estos detalles, y si vamos con esas, pues el resultado no es el mejor, eso queda claro. Vamos a otra cancha: el guión... ya se sabe a estas alturas, pero recalquémoslo: no brilla, no es natural, no es ingenioso, no es profundo, no es algo siquiera, solo un intento de ser algo mejor. A veces es así, uno no tiene madera pues para hacer fluir diálogos. No todos son un Woody Allen, o un Tarantino, o un Richard Linklater. Otro aspecto, la música... regular, tirando para mala. Incluso la pista musical usada en la escena donde Arrué juega a ser un mimo frente a De Cárdenas, que se suponía debía ser el momento más emotivo de la película, se vuelve uno de esos momentos que no hacen sino transmitir vergüenza ajena con apenas una porción chiquita de ternura. Así, tal cual: no combina lo auditivo con lo visual. De nuevo, falta de ritmo: no pueden intentar hacer que calce un momento tan potencialmente chévere como este (me da coraje porque debía haberse sentido de esa forma, genial) con todo lo nefasto anterior, automáticamente lo vuelve del género risible y de la especie «sorna descarnada».

¿Qué me mira, cadete?

  Calificación:
     Un trabajo de intentos no concluidos y desencuentros al por mayor, con escasos momentos logrados, que la hacen esas pelis que una vez vista, no se (deben) recuerdan más. Inicio errático del año cinemero en nuestro país, que espero pueda ir mejorando de a pocos o a pasos de gigante (esto me gustaría, que surja una gran sorpresa en las carteleras... pero habrá que ser paciente).

4.5

     Ya saben, a escala vigesimal.

     Una última reflexión: hacer cine es una decisión de cuidado. Y hacer cine, tiene dos posibles caminos finales: crear una jodida obra maestra o pergeñar una película buena y que cumpla con todo lo básico (actuación, fotografía, música, etc.) que la haga pasable (sé que también está el camino en el que se crean esperpentos, pero eso no lo cuento, porque no aporta, en suma, no vale). De ambas, solo el segundo tipo es más abundante. El primero es un rara avis que cuando lo vemos no dudamos en ir a por él y cazarlo y hacerlo nuestro. Lo otro es una vía correcta y adecuada para ir en camino de lo primero. Pero no siempre se llega. Depende de la visión, del potencial y el talento del director así como de su equipo (elenco, director de fotografía, guionista, músico, etc.). Aunque, en las obras maestras, suele ser el director el que ha movido todos los hilos para conseguir el producto final. El último verano, lamentablemente, se queda a poco a iniciado el camino para tentar ser siquiera un filme bueno y aceptable a los niveles más esenciales.
     ¿Algo más? ¿Que por qué critico si no he hecho película alguna o si, seguramente, algún trabajo universitario mío debe ser tres veces peor que esto? Porque sé sentir al cine de verdad cuando lo veo. No lo he intentado, pero sí, he hecho trabajos regulares (dos cortos) tirando para malos, o maldades (atentados) incluso. Porque sé que El pequeño seductor (2015) es un bodrio repugnante, al igual que el cine de nuevo milenio de Leonidas Zegarra (antes se salvaba de tocar fondo). Porque atentados contra el cine hay acá y en todos los países y sé cuando veo uno. ¿No me creen? Bueno, pues no lean esto. Si algo hallan de interesante acá, tómenlo. Si no, pues seguid de largo, chavales. Es así.
     Confío en el cine de mi país. He visto secuencias, actuaciones... para qué les miento: hay futuro. Pero lento. Con el nulo apoyo del Estado, con la proliferación abrumadora de cine descartable y plástico, con el desinterés de las audiencias copiosas por apoyar al cine nacional bajo la premisa instaurada de que el peruano es un cine de «lisuras» y «calatas»... por eso y muchas cosas más, amigo lector, ven a las salas de cine esta navidad y este otoño y las otras dos estaciones restantes. Demuestra que lo antes enumerado no es tanto así ni determina nada.

     Bueno, con ustedes, el avance del filme:


    Como agregado: el teaser es penoso. O sea, sé que se trata de vender el producto (la peli), pero... Vania Bludau no representa nada de la historia... ¿qué afán de colgarse de un elemento intrascendente de la película para darse a conocer? Será poca creatividad o la asunción plena de que el espectador peruano se mueve en busca de tetas y culos ahí donde las viere, y que con eso seguirá el senderito hasta comprar su entrada y contribuir a la taquilla de esta opereta prima... será, ¿no? Eso sí búsquenlo ustedes (en el mismo canal donde está este video de arriba) y concluyan.

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